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martes, 16 de abril de 2013

Las Minas de los Olcades

La totalidad del conjunto minero que configura las minas de lapis specularis se encuentra en la actual provincia de Cuenca, extendiéndose a través de sus tres regiones naturales: Sierra, Alcarria, y Mancha. El distrito minero tiene como epicentro geográfico la ciudad romana de Segóbriga, pero ésta no es ni mucho menos la única ciudad que se dedicaba al comercio y explotación del minado.
La ciudad de Ercávica en la Alcarria (Castro de Santaver, en Cañaveruelas), el enclave de Culebras en la cuenca fluvial del Guadamejud, el asentamiento de la posible Opta o Istonium romana (Cerro Alvar Fáñez, en Huete), el yacimiento del cerro de la Virgen de la Cuesta (Alconchel de la Estrella), y un gran número de otras poblaciones menores tenían relación igualmente con la explotación o el procesado posterior del espejillo, abarcando una zona minera que se desarrolla en una franja de 150 km. de largo de norte a sur y de unos 40 km. de ancho, coincidiendo con la distribución geográfica de los yesos terciarios en el área conocida como cuenca del Loranca.
En lo que respecta a las instalaciones de superficie excavadas, se ha localizado un área de trabajo donde se procesaba el espejillo y se cortaba en módulos comerciales generalmente múltiplos del pie romano, al igual que una serie de hornos-fragua, fundamentales para reparar, aguzar y fabricar todo el utillaje metálico necesario para emprender y afrontar las labores mineras.
Los restos constructivos de estas instalaciones, denotan un tipo de construcción de carácter elemental y de precaria calidad. Las edificaciones están hechas de adobe y suelos de tierra apisonada, los muros son delgados y la ausencia de restos de techumbre denota el carácter circunstancial y perecedero de las cubiertas, que posiblemente fueran de materia vegetal, y cuyos restos puedan ser las grandes manchas de cenizas halladas en la excavación.
La gran extensión de la zona minera ha hecho de esta explotación un fenómeno particular, de dimensiones más que considerables, tanto en el espacio físico que ocupa, como en el elevado número de las explotaciones mineras. Éstas, se organizan en complejos mineros que cuentan con sus correspondientes poblados y unas infraestructuras de vías de comunicación, instalaciones y servicios de apoyo que articulan la explotación.
Dentro del conjunto minero de lapis specularis pueden distinguirse, como hemos dicho, una serie de complejos mineros. Actualmente estamos procediendo a su inventario de forma sistemática, y aunque alguno de estos minados ya se conocía de antiguo, la investigación en curso ha permitido identificar nuevas minas que, con el tiempo, al haber sido tapadas por procesos erosivos, o por haber incidido en ellas trabajos agrícolas, quedaban encubiertas en el terreno, dificultando su localización.

Por otro lado, las minas de lapis specularis unen al paso de los años del fin de su actividad, unas características de mimetización y sincretismo con el paisaje actual que hacen extremadamente complicada su identificación en algunos casos.
Las antiguas escombreras se han degradado y los yesos extraídos del interior, una vez en superficie, se han disuelto y alterado, de forma que el terreno exterior apenas difiere del espacio circundante. Sin embargo, todo ello no deja de ser el camuflaje de una actividad minera que ha generado y modelado un peculiar paisaje que, bajo un manto "natural", esconde una realidad más compleja, en la que cerros y torcas, son en verdad antiguas escombreras y grandes salas mineras hundidas por gravedad y vencimiento de sus soportes, y que en muchos casos se desarrollan a lo largo de kilómetros, como testigos externos de lo que fue la explotación minera.
El inventario de los complejos mineros hasta ahora localizados supera la veintena, distribuyéndose y afectando a más de diecisiete municipios actuales conqueses, que cuentan con minados en sus términos municipales.
El material arqueológico de los poblados mineros es mayoritariamente de los siglos I y II d. C., con lo que nos encontramos con una explotación que se desarrolla en su mayor parte en época Altoimperial, donde abundan los materiales de importación itálicos y gálicos, excepcionales en su calidad y cantidad, fruto de la dinámica comercial que generó la explotación del espejillo.
En relación con el auge y la economía de la zona, las minas de lapis specularis gracias a su producción, sirvieron como revulsivo económico y de atracción para la venida de numerosos inmigrantes, tal como se ha podido comprobar mediante los hallazgos de inscripciones epigráficas en la ciudad de Segóbriga, uno de los yacimientos españoles donde es posible constatar una presencia de gentes de origen diverso y uno de los núcleos hispanorromanos más activo y cosmopolita del interior Peninsular.. 
Igualmente, la colonización itálica que se desarrolló en Hispania, potenció el proceso de urbanismo y la integración de las comunidades indígenas a la romanización,  donde la minería desempeño un papel fundamental dentro del marco de la política colonialista romana.
Estos inmigrantes itálicos afluyeron para hacerse cargo de las explotaciones y se establecieron en la zona consolidando su poder junto a las elites indígenas locales. Gracias al beneficio obtenido de las minas y a su consecuente mayor poder adquisitivo, formaron parte de la clase dirigente y, mediante su condición de privilegio, ejercieron unas magistraturas que les facilitaban de forma ambivalente el control económico del Minal y el control sociopolítico del territorio.
Por otra parte, la riqueza generada por las minas puede rastrearse en los costosos programas de edificaciones que hoy podemos ver en las ruinas de las ciudades, consecuencia principal de la intensificación de las explotaciones y del ejercicio de un evergetismo donde la edilicia y las obras públicas constituían el máximo exponente de la propaganda política.
Otra de las consecuencias directas de las explotaciones mineras sería la potenciación de otros sectores dependientes y al servicio del ámbito minero. La actividad minera precisaba una logística compleja y variada para su funcionamiento, donde las necesidades son múltiples y a gran escala.
Las minas demandaban madera para entibar, cordaje, sacos y vestimenta, carros para el transporte, animales de carga, construcciones y útiles de todo tipo, fraguas y forjas para herramientas, y cubrir las necesidades básicas de los que trabajaban en ellas entre otras muchas cosas.
Por tanto, las minas ejercieron un efecto multiplicador en la economía, sobre todo en el desarrollo mediante la inversión de sus beneficios en una potente riqueza agrícola, incentivada por la concepción romana de que la posesión de tierras y su puesta en cultivo eran símbolo de poder, prestigio y riqueza, y abonada por los ingentes capitales que la producción minera generaba.
El número de minados, pozos y galerías subterráneas de los complejos mineros de lapis specularis es impresionante, si bien la mayoría de las minas están colmatadas y cegadas. Actualmente contamos con un gran número de accesos abiertos que, en mayor o menor grado, presentan desarrollos importantes; varias llegan a los 500 metros, dos superan el kilómetro de galerías, y una de ellas en concreto (HPC-5), supera los 5 kilómetros de galerías sin haber finalizado todavía su exploración. En todas ellas nos encontramos todo un entramado laberíntico de galerías mineras de época romana y los restos de una actividad humana detenida en el tiempo en un medio subterráneo.
El área de explotación del conjunto minero de lapis specularis se sitúa en la actual provincia de Cuenca, en tierras de la antigua Celtiberia prerromana. La zona, que se incorporó a  Roma tras las campañas de Tiberio Sempronio Graco en el 179 a. C., se vió envuelta, desde entonces y hasta la paz de Augusto, en varios episodios de las guerras celtibéricas y lusitanas y, posteriormente, en las guerras civiles romanas.
Casi con seguridad, será en época de Augusto cuando las minas de lapis specularis se pusieron en explotación, ya que al parecer, sólo a partir de entonces no se darían las condiciones adecuadas que hicieran posible la puesta en labor del Minal y las posibilidades de exportación de sus recursos. Este hecho, se está confirmando arqueológicamente en las excavaciones y prospecciones llevadas a cabo, donde el material arqueológico de los poblados mineros hasta ahora arranca en época augustea, no habiendo testimonio anterior, por el momento, de otro tipo que no fuera la extracción de yeso de fragua para uso local por las comunidades preromanas de la zona.