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martes, 23 de abril de 2013

URBANISMO CELTIBERICO


    La mayor parte de sus poblados u oppidums se asentaban especialmente en lugares elevados desde donde dominaban con la vista pastos y valles.
Las ciudades ocupan altozanos de bastante altura y, a veces de relieve escabroso, emergiendo generalmente sobre los valles de los ríos y tierras propicias para la agricultura. Su caserío se adapta a la topografía de terreno, bien sea llano o escalonado, estando rodeado de muralla y su apretada edificación está más o menos ordenada por calles y carecen de plazas o lugares abiertos, así como de una arquitectura monumental, aunque hay que valorar que, por lo general, las ciudades celtibéricas han sido arrasadas y alteradas por la construcción de ciudades romanas encima.
    Su urbanística se adapta perfectamente a la configuración del cerro o del terreno que remata con una amplia plataforma, a la que se acomoda el límite de su caserío y línea defensiva, establecida al inicio de la pendiente más brusca.
   La estructuración interna de los asentamientos estará condicionada por el momento en el que surjan, la función que realicen y la población que aglutinen. No obstante, el urbanismo celtibérico se muestra como anexión de casas iguales, ordenadas en torno a calles o espacios, como ampliación del esquema inicial de los poblados de calle central.
   En la mayoría de los poblados, la muralla, rodea todo el perímetro del poblado y que puede alcanzar los cuatro o cinco metros de altura, es única y está construida adaptándose al terreno con una cara interior y otra exterior de piedras más o menos regulares, rellenándose el espacio entre ellas de piedras más pequeñas y de tierra. Las murallas de los pueblos celtibéricos se levantaban como puro sistema de defensa
    El carácter orientalizante del Este Mediterráneo se notará desde tempranamente  en el Valle del Ebro desde finales del siglo VII y principios del VI a.C. donde los contactos comerciales muestran la presencia de ánforas fenicias y elementos de vajilla, vinculados con el consumo del vino.
    En algunos casos se rematan con torreones y estructuras de madera y otros tipos de obras de  flanqueo.
Dentro de su demarcación, pueden coincidir viviendas de tipo circular y rectangular, o casas adosadas a la muralla, o entre sí, formando espacios centrales o plazas.
   Hasta inicios del VI a.C. existe una secuencia ininterrumpida de fases constructivas y remodelaciones de los espacios habitados y de circulación que apenas se intuyeron en las publicaciones anteriores (Mata, 1991, 24; Mata et alii, 1999).
   Las calles de los pueblos celtibéricos son bastante irregulares en su ejecución y trazado y están empedradas con cantos rodados de desigual tamaño, con predominio de los más grandes, que muestran, en ocasiones, las huellas dejadas por el paso de los carros. Las aceras son de tierra y solamente sus bordes se ven reforzados por grandes cantos sin labrar.
    Las casas eran de una sola planta y estarían dispuestas en crujía con una sola habitación por fondo y tenían en algunas ocasiones el tramo inferior soterrado o excavado en la roca. El recrecido de las paredes estaba realizado en mampostería o con encestado vegetal recubierto de manteado de barro.
    Las viviendas son alargadas, separadas en algunos casos por estrechos pasillos, sin apenas divisiones internas y con un hogar circular, plano o en cubeta. Las paredes son de adobe sobre un zócalo de dos hiladas de piedras pequeñas y su basamento estaba realizado con mampostería, a base de grandes cantos, bien dispuestos por su cara plana, o bien ligeramente trabajados; por el contrario, el alzado de las paredes y los muros interiores, separadores de estancias, se construían con postes de madera.
  Están construidas a partir de un pequeño muro de unos cincuenta centímetros, sin cimentar, sobre el que se edifica una estructura de adobe y madera, para concluir en un tejado vegetal impermeable que filtra el humo de la hoguera.
En estas viviendas se distinguen generalmente tres espacios, separados por tabiques de tablas o ramajes.
En el centro se sitúa la estancia-cocina-dormitorio, espacio de la vida familiar, alrededor del hogar.
  La mayoría de las casas poseían una despensa donde  se guardan los alimentos en grandes tinajas de barro sobre altillos para preservarlos de la humedad.
   El espacio con más luz es la entrada, y en él se realizan las labores diarias, como el tejido en telares verticales o la molienda.   
    Las paredes estaban enlucidas con barro y cal, y la techumbre realizada con armadura de madera, que apoyaba sobre los postes de las paredes, y cubrimiento de ramaje sujeto a veces con barro y en algunas zonas, sobre los muros, con lajas de piedra.
Un elemento característico de los castros son las Piedras hincadas o chevaux-de-frise, sistema defensivo que consiste en colocar series de piedras aguzadas y de aristas cortantes, hincadas en el suelo, sobresaliendo entre 0,30 y 0,60m., en la zona más vulnerable del castro, por lo que no siempre acompañan a la muralla en su recorrido.
La presencia de fosos está atestiguada en algunos poblados a partir de la observación de una ligera depresión, que bien pudiera ser fruto de la extracción de material en estas zonas con vistas a la realización de diversas construcciones.
Estos poblados en altura, escasos, en un principio, se sitúan en lugares que ofrezcan las mejores defensas naturales, con sencillas murallas adaptadas al terreno o un simple muro cerrado al exterior por la parte trasera de las casas.
A partir del s. IV a. C, se generaliza la tendencia a establecer poblados fortificados en lugares estratégicos, que controlan amplios territorios y ejes de comunicación. De la existencia de estos primitivos pobladores y asentamientos dan fe ciertos yacimientos, abundantes en La Mancha, denominados genéricamente morras. Se emplazan en elevaciones naturales del terreno, de escasa altura, en las vegas de los ríos o zonas pantanosas, dominando amplios espacios abiertos.
A lo largo del siglo VI a. C. un número de castros, que basaban una parte significativa de su riqueza en la ganadería, se deshabitan y, por el contrario, otros, los menos, muestran en su roquedo una resistencia mayor, incluso se dejan “contaminar” con la presencia de cerámicas torneadas oxidantes, decoradas con anchas franjas de color vinoso, en diferentes yacimientos de influencia  mediterránea.


Los celtíberos se establecen lugares elevados y visibles, que refuerzan con murallas, torres defensivas y fosos. En el interior, las viviendas se organizan en torno a una calle o espacio central Las casas celtibéricas presentaban una planta rectangular, con una superficie de entre 40 y 50 metros cuadrados. Los muros se asentaban en un zócalo de piedra sobre el que se levantaban muros de adobe o tapial. A continuación se realizaba un entramado de postes a intervalos regulares sobre el que se colocaba una estructura de madera que sostenía la cubierta vegetal, dispuesta a una o dos aguas. El interior de los muros se enlucía con barro y paja y el suelo se pavimentaba con arcilla o tierra apisonada. Las viviendas estaban divididas en 3 estancias (de fuera hacia dentro):
    reconstrucción de una casa numantina
  • La primera, a la que se accedía desde la calle por una pequeña puerta, era la más luminosa y se destinaba a actividades domésticas y artesanales (fabricación de vestidos, molienda, etc.)
  • A continuación, la habitación más grande tenía el hogar en el centro o en un lateral y a su alrededor se disponían bancos corridos para descansar y comer. En las paredes se colocaba la vajilla en estanterías y muebles.
  • La última estancia estaba dedicada a almacenar aperos y ser despensa de alimentos.
Otras viviendas disponían de pequeños corrales adosados a las viviendas o de bodegas-cuevas bajo el suelo de la primera habitación y con el fin de almacenar y conservar alimentos.