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sábado, 13 de abril de 2013

--- Visontium

Hacía ya siglos que los pueblos llamados íberos se habían consolidado en muchos valles pirenaicos y llanuras vecinas sobre todo en las cuencas de los ríos Gallego, Cinca, Segre y Ebro medio. En la Edad del Hierro comenzaron a aparecer nuevos invasores que ahora conocemos bajo el denominador común de celtas (griego kéltoi, lat. celtae).
Este movimiento de llegada de gentes celtas duró varios siglos. Eran, desde luego, un pueblo indoeuropeo. Uno de los primeros contactos vasco-célticos tiene lugar hacia el Garona.
Plinio y Plutarco testimonian que los aquitanos rechazaron a los celtas obligándoles a invadir España por vía marítima desembarcando en las costas occidentales cantábricas y portuguesas.

Conocida por Ptolomeo como ciudad pelendona, se ha identificado con la actual Vinuesa. Visontium es el nombre celtíbero de la actual Vinuesa, al pie de los Picos de Urbión y de la sierra de Cebollera, con una altitud de 1.107 msnm hace del lugar un atractivo turístico de importancia a lo que une su riqueza forestal..

  Estaba habitada por el pueblo pelendón o palendón, de los celtíberos, un pueblo ganadero que no estaba ni mucho menos tan adelantado como sus vecinos los arévacos, y que presumiblemente fueron los fundadores de Numancia, conquistada más tarde por los poderosos arevacos.
Los Pelendones como las demás tribus celtibéricas estaban circunscritas a un determinado terreno pero siempre empeñados en nuevas conquistas a costa de sus vecinos, que se defendían con la misma virulencia.
En ese territorio se movían para ampliar su zona, aprovechar los recursos vegetales y animales y establecían asentamientos más o menos estables, mientras duraran los recursos que, en la cabecera del Duero eran abundantes en pesca, caza y aprovechamiento de los montes.
Los pelendones participan de las características de los "celtas de Iberia", cuya principal cualidad es la fusión o intercambio cultural -hasta sanguíneo, según autores- con los pobladores indígenas y la ya asentada civilización ibera, con la particularidad de que, dada su ubicación y su dedicación ganadera, se situaban en el centro de las líneas que comunicaban el Este y Oeste peninsular y, especialmente, en las rutas de la trashumancia.
Sabemos por Ptolomeo que esta ciudad era una de las varias de los pelendones
La caelia llenaba las jarras y los primeros bocados salían de las brasas. Todos encontraban algo en el mercado para negociar: vasijas, vestidos, herramientas, armas, y todo tipo de alimentos como quesos, mieles, o cecinas.
Los danzantes hacían círculos en torno a la gente y, como siempre, no faltaba el anciano desdentado que reía a carcajadas mostrando a los más jóvenes sus habilidades con los juegos de manos, con los ágiles juegos de pies en el baile, o con los juegos de palabras picantes que provocaban la risa de todos.
 La tribu de los Pelendones se movió por la Cuenca del Duero, mejor dicho por la cabecera sin poder precisar los límites, pues ni siquiera Plinio y Ptolomeo, los dos mejores historiadores de la antigüedad, clasifican de igual modo los asentamientos Arévacos y Pelendones pues coinciden en unos y discrepan en otros.
Devenidas de las "Calendae Martiae" del calendario romano, tienen su origen en el calendario autóctono, en el que el año comenzaba el primer día de marzo, celebrándose la llegada del tiempo primaveral, el bautizo de los jóvenes guerreros y de las mozas en edad de merecer; entre hogueras, árboles engalanados, canciones, bailes y calor comunal.
En este oppidum, como es de entender, se organizaban lonjas o mercadillos donde se podían intercambiar las cosas, esto es la economía del trueque típica de los pelendones.
Parece ser que este oppidum de fue atacado varias veces por los vacceos hasta que  al final  se hicieron con el antes de ser aliados de los romanos.
   En tiempo de los romanos de oppidum (lugar elevado, una colina o meseta, cuyas defensas naturales se han visto reforzadas por la intervención del hombre) pasó a tener o poseer el rango o  categoría de municipium por ser una ciudad o fortificación amurallada como si se tratase de una cabeza de partido judicial y parece que, en su origen, el desarrollo particular de alguno de estos lugares pudo estar ligado a la existencia de un lugar de culto importante, siendo hasta entonces ciudades peregrinas, sin capacidad de autoadministrarse y considerados sus ciudadanos peregrinos, o ciudadanos "de segunda.
Sus ciudadanos no eran completamente ciudadanos romanos (pero sus magistrados podían serlo después de su retiro, pero ellos tomaban parte de las tareas de los ciudadanos completos en términos de responsabilidades de pagar impuestos y el servicio militar. Un municipium era gobernado por un consejo de cuatro oficiales electos anualmente.
El origen de la villa de Vinuesa por fuerza ha de ser muy antiguo. Citada por varios autores entre las ciudades de los Pelendones, tiene en la actual Beçançon francesa su ciudad hermana.
El nombre remoto de Vinuesa fue "Visontium" del que no hay ni un paso al de "Vesontio" que fue el de Beçançon. No olvidemos que de la Aquitania provenían los "belendi" o pelendones, los que sin duda dieron su nombre a Vinuesa. Quizá provenían de la actual Beçançon y, con la costumbre clásica de todo invasor, dieron a sus nuevos hogares el nombre de la ciudad de donde provenían. ¿Fueron acaso en el pasado tanto Vinuesa como Beçançon ciudades totémicas del "Bisontium" o bisonte europeo?.
Extinguido en la actualidad, pero sin duda abundante poblador de los bosques célticos, en compañía del mítico "Auroch" o Uro, lejano antecesor fósil del toro de lidia. O,  Tal vez Vesontio y Visontium pertenecieron a tribus o clanes fundados bajo la advocación de este animal.
Dada la escasez de población y de recursos, el impuesto anual se haría en especias, dedicando para ello veinte sagums y cuatro carretas de madera elaborada, entre vigas, y traviesas. Más adelante, el pago se haría en denarios de plata de curso romano, una vez revisada su equivalencia.
La moneda celtíbera había perdido su valor. Por otra parte, se daría cobijo en el nuevo poblado a un maestro que ilustraría en lengua y leyes latinas a los jóvenes y, especialmente, al consejo de la tribu. Del mismo modo, se acomodaría a cuatro auxilias, o guardias romanos, que velarían por el orden y dependerían del destacamento más cercano.

Bien mirado, la nueva ubicación del poblado trajo consigo más ventajas que inconvenientes. El asentamiento se había transformado en un lugar abierto donde las casas se iban a ir construyendo de forma más espaciosa y consistente. Accesos y caminos, más amplios y llanos, servirían mejor al trasiego del ganado y de las carretas de mercancías. La proximidad al río permitió que en su vega se fueran habilitando pequeños huertos para el cultivo de frutales y verduras y, aunque los rayos del sol tardaban más tiempo en caldear la vida cotidiana, las montañas servían ahora de abrigo, sin tener que hacer frente a las densas nieblas y las ventiscas de las cumbres.


El ejército romano rara vez tuvo que intervenir desde su destacamento y si lo hacía era escoltando a funcionarios y escribanos de la provincia, del Convento de Clunia, a mercaderes, o en batidas en las que perseguían a rebeldes arévacos o pelendones que, de forma aislada, se echaban al monte en pequeñas partidas sublevados contra el poder de Roma.
 Con el tiempo, las gentes fueron asimilando de manera inconsciente los nuevos conceptos sobre la organización social, sus clases y jerarquías, otras deidades, las nociones más elementales del derecho romano, y el uso generalizado de las primeras palabras latinas. Sin embargo, en cada familia se renovaba un juramento de fidelidad a las tradiciones y, siempre que había ocasión, se reafirmaban en sus valores. Se señaló el día décimo después de la cuarta luna para memoria de los antepasados, y se ascendía hasta el castro donde, en el mismo lugar en que generaciones más tarde los primeros pelendones cristianos levantaran un templo a Santa Lucía, se les recordaba y se les dedicaban oraciones. Esta tradición, aunque variando su fecha por acomodos diversos, se mantuvo hasta bien entrado el siglo veinte de nuestra era.
 Los encuentros en la Pelendenga fueron decayendo hasta su desaparición, fundamentalmente por dos razones: la primera, que dichas reuniones fueron sometidas a la incómoda vigilancia de la guardia romana empeñada en prevenir el reflorecimiento del espíritu comunal y autogestionario de los pelendones; y la segunda, que ante la nueva disposición administrativa, mercados y tratados se centralizaron en núcleos poblacionales con mayor densidad y dinamismo, donde acudían regularmente los pobladores de las aldeas más próximas, algunas de las cuales ya habían sido borradas del mapa, bien por abandono, o bien, como consecuencia del saqueo y la destrucción que trajo consigo la Segunda Guerra Celtíbera.