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martes, 16 de abril de 2013

Instrumental minero de los Olcades

El instrumental minero
A la hora de enfrentarse a la explotación del lapis specularis, el minero romano tenía un instrumental adecuado donde predominaban las herramientas metálicas. Para la puesta a punto de la herramienta contaban con fraguas y hornos a boca de mina como los documentados en excavación en el complejo minero de Osa de la Vega (Cuenca), y que permitían la fabricación de los útiles necesarios y su reparación in situ.
Las herramientas eran afiladas con piedras de arenisca que, como indicaba Plinio se afilaban con agua y aceite; el aceite proporcionaba un filo suave y el agua lo hacía más acerado. Estas areniscas, con las marcas de uso dejadas por las herramientas, son frecuentes en estas áreas mineras; se usaban tanto para afilar y aguzar cinceles  y picos, como para instrumental de corte como los serruchos.
Entre las herramientas empleadas por los mineros romanos hay serruchos, punzones, cinceles, punteros, piquetas, mazos, etc. Las huellas de impresión de las herramientas son claras en las paredes de las minas en todo momento y en ocasiones el instrumento se ha partido, quedándose incrustado en la pared y permitiendo su estudio. Así, las herramientas más utilizadas en las instalaciones de interior eran el puntero y la piqueta.
Los punteros son de cuatro aristas y tienen entre 1,5 y 2 cm de diámetro, y unos 15 cm de longitud, están bien documentados, tanto por la huella que imprime su uso en la pared como por la gran cantidad de ellos que han dejado su punta clavada en la roca. Se utiliza golpeándolo con la maza, y se usa tanto para perfilar previamente a su extracción las placas de lapis specularis, como para el avance y la progresión por las galerías mediante un sistema de percutir de arriba hacia abajo y a continuación en paralelo y en vertical, dejando una separación entre trazo y trazo de entre 4 y 10 cm., de manera que el espacio de roca comprendido entre ambos trazos salte en lascas por percusión, y de este modo desbaratar la pared sucesivamente, arrancando poco a poco el terreno y permitiendo un avance lento pero efectivo.
La oscilación de grosores entre los trazos de picada, responde a la distinta resistencia que presenta la roca, de forma que a mayor ancho de trazo la superficie a picar ofrece menos resistencia, mientras que los trazos más próximos nos indican una mayor dificultad en el laboreo.
También para progresar por la mina se utilizaban piquetas, aunque éstas últimas necesitaban de un espacio algo más amplio para poder picar y "armar el brazo", que no es sino disponer del sitio suficiente como para poder hacer el movimiento de alzar el pico y contar con un recorrido libre para poder impactar con él en la pared. Una curiosa aplicación que hemos podido ver de las piquetas es su uso en zonas arcillosas, donde los mineros utilizaban piquetas rotas y romas para atacar y vaciar los rellenos arcillosos kársticos, de esta forma avanzaban más rápido y el rendimiento en cada picada era superior, ya que con las piquetas normales, la punta afilada se incrustaría en la arcilla, sin ser efectiva la extracción.
Con estas herramientas metálicas, los mineros romanos esculpieron en el interior de la mina peldaños labrados para facilitar accesos y otras oquedades donde ensamblar poleas y tornos de uso subterráneo. Como medida de seguridad y de apoyo en el desplazamiento de los mineros por la mina, se esculpían en roca, en los pasos y descensos difíciles, una serie de agarraderos y anclajes en forma de anilla en los que se fijaban cordajes. Es de suponer que estos cordajes, junto con las sogas, esportones y cestos necesarios, así como parte de la indumentaria precisa para la explotación minera fueran de obra de espartería, máxime al situarse el conjunto minero de lapis specularis en plena estepa central del Campo Espartario. Los espartizales son habituales en las minas de espejillo, ya que esta gramínea se desarrolla perfectamente en los suelos yesíferos, de manera que todavía hoy es patente la clara relación existente entre minas de lapis specularis y presencia de plantas de esparto, de la que los mineros romanos supieron sacar provecho.
El motor económico de las minas queda determinado por el trazado viario de la zona. La red  de vías se adaptó de forma clara a la explotación de las minas, de manera que en la distribución de los complejos mineros de lapis specularis, éstos están situados en relación con las calzadas, como consecuencia de una planificación e implantación previa en la infraestructura viaria con objeto de poder explotar los recursos mineros.
Esta correspondencia entre calzadas y minas de espejillo, ya fue comentada en su día por Santiago Palomero, en su obra sobre las vías romanas de Cuenca, en la que, entre sus conclusiones finales, destaca lo evidente de la relación entre vías y la explotación de lapis specularis.
La mercancía y las comunicaciones, por tanto, se orientan preferentemente hacia la costa, buscando el mar como medio de transporte y difusión. El mineral se embarcaba en Cartagena o en los puertos y ensenadas próximos, de forma que Carthago-Nova hacia función de puerto para la comercialización por vía marítima del lapis specularis hacia otros lugares del imperio. Esto es lógico, teniendo en cuenta las documentadas relaciones comerciales que unen a las dos zonas mineras, al ser la vía hacia Cartagena la forma más rápida y directa de canalizar la producción de espejillo para desde allí exportarla. Por otro lado, Cartagena, como región minera y capital administrativa del conventus Carthaginensis, cuenta también con la experiencia, recursos y capacidad suficientes para asumir las funciones de centro distribuidor, aprovechando sus propias estructuras de comercio, almacenaje y embarque.