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martes, 23 de abril de 2013

ORGANIZACION POLITICA DE LOS CELTIBEROS

Entre los celtíberos (particularmente entre los celtíberos citeriores, pero no sólo entre ellos), existen organizaciones de carácter político no descritas ni analizadas directamente por las fuentes clásicas, que pueden permitir hablar de un nivel de desarrollo en las estructuras sociales que, por una parte, alcanzan el estadio que podría denominarse poliado o poliada (de "polis"); y, por otra, de una conciencia de pertenencia a un tronco común (sea éste real o ficticio) que tiene como consecuencia el establecimiento y la vigencia de instancias político-jurídicas y militares de decisión conjunta.
Por otra parte, hay una Celtiberia, pronto desaparecida como tal en las fuentes clásicas, por pasar en fecha relativamente temprana al control directo de las legiones, a la cual dejan casi inmediatamente de aludir los escritores antiguos. Esta zona coincide, a grandes rasgos, con las áreas ribereñas del Ebro medio, y en ella, no obstante su romanización o sumisión a Roma o a sus aliados indígenas en fecha temprana, el historiador ha de ver una zona básicamente celtibérica en cuanto a su poblamiento y fondo cultural, prescindiendo un tanto de los hechos superestructurales de reciente implantación.
En cuanto a las evidencias que nos ofrecen los hallazgos arqueológicos, en términos generales -y hablamos sobre comprobaciones llevadas a cabo por los arqueólogos para casos concretos en la Celtiberia Citerior-, puede asegurarse que hay no sólo ciudades en el sentido pleno (jurídico-político y funcional), sino una red urbana jerarquizada en la que existen centros principales y subordinados al menos en tres niveles de jerarquía. Los centros principales son menos abundantes y, a mayor densidad de funciones acumuladas, mayor es la distancia entre núcleos del mismo grado. (Sobre estos puntos hay una perspicaz elaboración de F. Burillo, 1986.) Para Burillo, la génesis de las ciudades tuvo lugar, probablemente, tras "una interrupción entre fines del siglo VI y primera mitad del V", que supuso "el abandono de buena parte de los poblados de los Campos de Urnas finales y el surgimiento de poblados de nueva planta correspondientes al ibérico pleno con participación, en número que desconocemos, de pobladores procedentes de zonas costeras, iberizadas con anterioridad".
En el Ebro Medio no cree Burillo que apareciesen con anterioridad al siglo III (que es fecha, quizá demasiado baja, pero que está en dependencia de la relación iberización-urbanización, básica en el planteamiento del autor). Hay dos casos bastante claros en las fuentes. De uno -el de Complega/Kemelon-: Apiano la describe como ciudad fortificada, en 181, de nueva creación por los indígenas y de crecimiento veloz, en la que se refugiaron, entre otros, lusones carentes de tierra. Se crea, aparentemente, el núcleo urbano como defensa frente al invasor y refugio de desheredados o vencidos. El otro caso es el de Segeda, en torno a la cual nos informan Apiano, Diodoro y Floro. Los segedenses amplían su recinto y concentran poblaciones del entorno en un acto de voluntad política explícita que preocupará a Roma hasta el punto de originar una guerra. En expresión de Burillo, Segeda es un "centro jerarquizador de un espacio geográfico, que ella misma remodela concentrando la población...".
Que el hecho ciudadano es una realidad y no una entelequia de los investigadores queda pues, demostrado (no obstante las presuntas estructuras sociales basadas predominantemente en el parentesco, las "gentilitates", etc.) por los documentos celtibéricos mismos. En efecto, en éstos se menciona con frecuencia a las ciudades; así en las téseras de hospitalidad aparecen nombre como Uxama o Cortona, y en inscripciones de otra clase (como la llamada estela de Ibiza) sucede lo mismo, mencionándose la procedencia del individuo  con referencia a una ciudad y no a otra cosa. La tésera Froehner, igualmente, habla de un celtíbero natural de Contrebia Belaisca. Esto es cuando se produce documentación epigráfica destinada a servir fuera del territorio de origen es frecuente la mención de la ciudad de procedencia. Ello, en sí, es un testimonio fehaciente de que este hecho, puramente territorial y político, sin significación de parentesco alguno, es un hecho históricamente activo.
Ha de sumarse a ello la evidencia arqueológica que suministran, poco a poco, las excavaciones sistemáticas. Los trabajos desarrollados en los últimos años de Contrebia Belaisca (Botorrita). por A. Beltrán y M. A. Díaz, han suministrado, entre otras cosas, indicios claros de la existencia de elementos característicos de la función urbana:
1. Piezas epigráficas de notable extensión, en bronce, guardadas por distintos sistemas de fijación para su exhibición o consulta, de modo idéntico al que conocemos para este tipo de documentos en Roma.
2. Un edificio público de carácter monumental y de notable tamaño, continuadamente utilizado y reaprovechado, en el que destacan, por su cantidad y tamaño las piezas que integraron su columnata anterior, así como la altura conservada de sus paredes (5 m.) y el tamaño de su recinto.
3. La situación elevada, acropolitana, de este último y su carácter, probablemente, a un tiempo cívico-religioso y militar, a juzgar, entre otros restos, por los elementos de artillería antigua allí conservados.
Tal cosa aparece en un yacimiento identificado sin lugar a dudas con Contrebia Belaisca o Balaisca, el cual fue sede central de una pequeña (pues ni es extensa ni acuñó plata) comunidad política autónoma. Baste decir esto para imaginar qué han de deparar excavaciones aún no planteadas, pero que alguna vez se producirán, en lugares como Beligiom o Segaisa, que fueron establecimientos de bastante mayor rango, a juzgar por los restos visibles en prospección y por su condición de acuñadores de plata.
En el ámbito de la función militar, apenas cabe dudar de la autonomía y relevancia de la entidad ciudadana entre los celtíberos. Una ciudad empieza una guerra (Segeda-Segaisa) y otra se erige en su continuadora de la masacre, y no una "tribu" ni un "pueblo". Se trató -y las fuentes así lo señalan- de "segedenses" y de "numantinos", claramente, más que de belos o de arévacos, que son denominaciones de otra condición. Las fuentes hablan del "demos" de Bélgeda y de su bulé o consejo, y no del conjunto de los belaiscos o de los belos. En las ciudades se localizan episodios precisos, alzamientos, revueltas, asedios y escarmientos, que no siempre tienen alcance interurbano. Los mismos celtíberos atienden sus necesidades militares poniendo el énfasis en el control de ciudades de cuya fidelidad desconfíen -como sucede a los numantinos y sus guarniciones o presidios en Malia o en Lagni-, etc. Es también notable el hecho de la interpretatio Romana que facilita el bronce de Contrebia. Se habla, como es sabido, de magistratus, de senatus y de praetor. Sobre este último término, en particular, llamamos la atención. Senatus y magistratus son más genéricos; pero el presidente de la asamblea así designada es denominado praetor: no dux, ni princeps, ni rex.
Otro indicio que, sin ser totalmente probatorio, sí muestra cómo las unidades sociales expresadas en los genitivos de plural no debían de ser muy grandes, es el de la parquedad del repertorio de los nombres de pila en la Celtiberia citerior (J. de Hoz, 1986); al igual que en Roma, a juzgar por todos los datos disponibles, la identificación individual no podía encomendarse al primer nombre, que era escasamente singularizador. La identidad se producía, pues, a partir del nombre gentilicio, lo que apunta a que la unidad familiar no pudiese ser muy amplia: la escasez antroponímica muestra que no era importante el disponer de un amplio repertorio de nombres personales o gentilicios si no había muchos miembros de la familia que distinguir.
Desde 140 ya no se menciona a titos y belos como combatientes, y a partir de esa fecha la retaguardia romana es el Ebro. La interpretación es que, desde Graco, Roma se limita a fijar una frontera dentro de Celtiberia para salvaguardar el Ebro. ¿Qué merma supuso eso, y cambios, a Celtiberia y los celtíberos? Esa frontera no se desvanece entre 133 y 29 (período de las acuñaciones) y es lícito suponer que hubo una Celtiberia "desaparecida" como tal y otra más activa e interior (frente a los cimbrios en 104, frente a Didio en 99-94, frente a Flacco en Belgeda, en 93-92). En esa frontera están Castra Aelia y Castra Atiliana; esto es, dos campamentos militares permanentes de Roma. La acción de Roma sobre los pueblos celtíberos del Bajo Jalón y ribera del Ebro debió de ser muy temprana y eficaz: desde el 179 hay obligación de prestación de auxilio militar regular. En 146, Vetilio lleva 5.000 titos y belos contra Viriato. En 102, Mario emplea regulares celtíberos contra los lusitanos. La incorporación a la civitas romana es, no obstante, más lenta en el Duero y territorios meridionales de la Celtiberia citerior, ya que existen unidades auxiliares celtibéricas (de no ciudadanos romanos, por lo tanto) en fechas avanzadas: Ala II Hispanorum Aravacorum (atestiguada desde mitad del siglo I), Ala I de los mismos (es julio-claudia también) y la Cohors I Celtiberorum, que se atestigua en el II.
Parece, pues, que los arévacos, por un lado, y los titos, belos y lusones, por otro, son celtíberos. Y que el conjunto de los citeriores es más fácilmente agrupable, resultando más individualizada la personalidad arévaca. Y, por otra parte, que hay una Celtiberia del Ebro, ribereña, en torno a Gracchurris y los Castra, pronto ocupada en permanencia y avanzada de Roma. Toda esta unidad se engloba en otra mayor, genéricamente céltica, cuya zona nuclear puede estar determinada por los gentilicios en -kom, desde los Montes Galaicos hasta el Sistema Ibérico, y en la que los pueblos de tipo indoeuropeo más arcaico y menos urbanizado serían astures, cántabros, pelendones, carpetanos y vettones.
Queda pues totalmente aceptada la existencia de la ciudad como centro de la estructura política de rango estatal entre los celtíberos. Pero se halla pendiente determinar el momento en que aparece esta forma de gobierno y su incidencia en la estructura del hábitat. Si bien hay unanimidad en situarla con anterioridad a la llegada de Roma, falta la constatación estratigráfica en un yacimiento determinado para fijar el momento en que se produce este fenómeno de gran trascendencia histórica. Tan sólo el análisis de testimonios indirectos al propio asentamiento que configura la ciudad nos permite situar su surgimiento en fechas más antiguas que las que se venían aceptando. Partimos de la base de que la aparición de la ciudad debe tener una incidencia clara en los cambios de los patrones de asentamiento, tanto en la fase previa a su aparición, como en la estructuración que realiza posteriormente del territorio por ella controlado. En el ámbito celtibérico del valle medio del Ebro encontramos evidencias de cada uno de estos procesos, coincidentes, a su vez, con cambios similares en otros territorios peninsulares próximos. Las prospecciones arqueológicas realizadas por Royo y Aguilera en el río Huecha muestran de forma fehaciente como la gran mayoría de núcleos habitados durante el s. VI a. de C. desaparecen: de los 21 asentamientos identificados únicamente 4 estarán ocupados en el período posterior, de ellos 3 son ciudades, cuyo nombre conocemos en la etapa histórica: Bursau, Caravis y Belsinon. La contextualización de este cambio mostró que era similar al que aparece en la cuenca sedimentaria del Duero, donde tras la denominada "facies Soto" se produce una concentración poblacional con el surgimiento de las ciudades vacceas, lo que me llevó a proponer que la ya identificada "crisis del Ibérico Antiguo" tendría como consecuencia la sistemática desaparición de poblados y la posterior aparición de la ciudad y con ella el inicio de la estructuración étnica que conoceremos en las fuentes escritas. Esta propuesta se ratifica ante la presencia de un nuevo modelo de estructuración del poblamiento detectado en otra parte del valle medio del Ebro y para la que nuevamente encontramos una analogía próxima, en concreto en la colindante área levantina. Las investigaciones de Bonet y Mata han demostrado cómo la ciudad de Edeta en Liria desarrolla a finales del s. V a. de C. un control del territorio de ella dependiente, potenciando el surgimiento de poblados atalayas de carácter defensivo y de situación estratégica. Estos asentamientos responden a un prototipo similar: surgen ex novo, tienen una calle central en torno a la cual construyen las casas de igual tamaño y con paredes colindantes, además de la muralla presentan un torreón en uno de sus extremos. Un yacimiento de similar características es el Tarratrato de Alcañiz, que dependerá de una ciudad ibérica próxima que debe identificarse, pero también puede asimilarse este modelo al celtibérico Castellares de Herrera de los Navarros, cuya proximidad al yacimiento de la Atalaya de Azuara donde se sitúa Beliciom, obliga a considerarlo como ejemplo del control del territorio que realiza esta ciudad. A falta de intensificar la investigación futura, F. Burillo propone que el surgimiento de la ciudad celtibérica en el valle del Ebro deberá fecharse en un momento situado entre finales del s. V y mediados del IV a. de C.
Es en el período de transición del s. II al I a. de C. cuando encontramos los más importantes cambios socioeconómicos, debido a la integración del valle medio del Ebro en la esfera romana, lo que dará lugar a la implantación del esclavismo. Surgen las denominadas "ciudades de llano". Asistimos a una importante expansión de la agricultura de regadío, de la que el bronce de Contrebia muestra un claro testimonio jurídico, pero también lo prueba los asentamientos rurales identificados por Aguilera en la Huecha que, si bien se interrumpirán drásticamente con las guerras sertorianas, adelantan casi en un siglo el sistema de explotación que veremos en las villas romanas. Se desarrollará el artesanado, surgirán talleres musivarios y verdaderas industrias alfareras, que acuñarán con sellos sus producciones, algunas como los morteros tipo Azaila con una clara distribución regional, tal como ha demostrado Aguarod. Tambien se intensifican las explotaciones mineras. Continúan explotándose los filones argentíferos que abastacerán las emisiones de denarios. Se ha comprobado el importante papel que empieza a tener el hierro de Sierra Menera, en torno a cuyas minas se erigió una serie de fortines vinculados a escoriales y próximos a los caminos que comunican con el Jiloca, lugar donde surge la ciudad de la Caridad y posteriormente la de San Esteban del Poyo del Cid, convertidas en centros de control de las transformaciones metalúrgicas.